Austeridad no significa adustez, insensibilidad, frialdad en el trato con los demás. La austeridad regula esa tendencia de todo hombre a tener más de lo necesario. La afectividad es una cualidad que todo hombre tiene que desarrollar en el marco de un equilibrio, y que le hacer ser más hombre.
¿Cómo demostró Cristo su afectividad?
En los Evangelios se nos habla de su predilección por los niños, símbolo del candor y humildad, necesarios para entrar en el Reino. Con sus apóstoles fue afectuoso y el Evangelio no esconde que Jesús tuvo predilección con algunos: Pedro, Santiago y Juan. A pesar de la rudeza de aquellos pescadores, Jesús tuvo detalles de delicadeza y afectividad: cuando les vio cansados, los llevó a la otra orilla a pasar un fin de semana. En la Última Cena los llama: "hijitos míos" y les deja el testamento del amor, como sello de su pertenencia. Les lava los pies.
Cuando les manda al apostolado se preocupa de que no les falte nada. Fue compañero de fatigas y sinsabores, de alegrías y sobresaltos de esos doce íntimos. Con ellos desarrolló una afectividad sana, equilibrada y orientada al bien. La afectividad unida a la amistad crea lazos irrompibles, estrechos y duraderos.
Antes de partir al Padre, Jesús les conforta, les anima y les promete un Consolador, el Espíritu Santo. Les promete su asistencia hasta el final de los tiempos. Hoy diríamos: "Jesús tenía corazón". Esto es la afectividad. La misma Eucaristía fue regalo de esta afectividad inigualable que desembocó en amor íntimo y oblativo.
Las lágrimas que Jesús derramó en varias ocasiones demuestran que Jesús no era una persona adusta o insensible, sino, al contrario, con una capacidad de afectividad fina. Le dolía que no le aceptaran como Mesías. Le dolía la suerte de su pueblo. Le dolía la injusticia, la explotación, el sufrimiento de su gente. Le dolía la ingratitud. Le dolía la terquedad de algunos.
En los Evangelios se nos habla de su predilección por los niños, símbolo del candor y humildad, necesarios para entrar en el Reino. Con sus apóstoles fue afectuoso y el Evangelio no esconde que Jesús tuvo predilección con algunos: Pedro, Santiago y Juan. A pesar de la rudeza de aquellos pescadores, Jesús tuvo detalles de delicadeza y afectividad: cuando les vio cansados, los llevó a la otra orilla a pasar un fin de semana. En la Última Cena los llama: "hijitos míos" y les deja el testamento del amor, como sello de su pertenencia. Les lava los pies.
Cuando les manda al apostolado se preocupa de que no les falte nada. Fue compañero de fatigas y sinsabores, de alegrías y sobresaltos de esos doce íntimos. Con ellos desarrolló una afectividad sana, equilibrada y orientada al bien. La afectividad unida a la amistad crea lazos irrompibles, estrechos y duraderos.
Antes de partir al Padre, Jesús les conforta, les anima y les promete un Consolador, el Espíritu Santo. Les promete su asistencia hasta el final de los tiempos. Hoy diríamos: "Jesús tenía corazón". Esto es la afectividad. La misma Eucaristía fue regalo de esta afectividad inigualable que desembocó en amor íntimo y oblativo.
Las lágrimas que Jesús derramó en varias ocasiones demuestran que Jesús no era una persona adusta o insensible, sino, al contrario, con una capacidad de afectividad fina. Le dolía que no le aceptaran como Mesías. Le dolía la suerte de su pueblo. Le dolía la injusticia, la explotación, el sufrimiento de su gente. Le dolía la ingratitud. Le dolía la terquedad de algunos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario