Autor: Santiago
MARTÍN, sacerdote
No es frecuente, que
yo sepa por lo menos, que a una institución se le conceda el privilegio y el
honor de celebrar un Año Jubilar, un Año Santo, para conmemorar algún
acontecimiento relevante de la misma. En este caso, los beneficiados hemos sido
nosotros, los Franciscanos de María. La Penitenciaría Apostólica, presidida por
el que fuera nuncio en España, cardenal Monteiro, ha concedido a nuestra
familia espiritual este gran don, con motivo de celebrase este año el XXV
aniversario de la fundación y vigésimo de la primera aprobación, concedida en
1993 por el entonces cardenal arzobispo de Madrid, Angel Suquía.
Durante este año de
gracia, se especifica en el decreto, se gozará de siete fechas para ganar la
indulgencia plenaria: 15 de octubre (día de la fundación, fiesta de Santa
teresa de Jesús), 8 de diciembre (solemnidad de la Inmaculada), 12 de diciembre
(fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe), y ya en el año próximo: 25 de marzo
(solemnidad de la anunciación y encarnación del Señor), 25 de julio (solemnidad
de Santiago Apóstol, patrono de España y primer misionero), 8 de septiembre
(Natividad de la Santísima Virgen) y 4 de octubre (fiesta de San Francisco de
Asís), en la que se cerrará el Año Jubilar.
En estos señalados
días, se ofrece, no sólo a los miembros de los Franciscanos de María, sino a
todos los que quieran unirse a la celebración eucarística y cumplir las
condiciones prescritas por la Iglesia, recibir el gran don de la indulgencia
plenaria o aplicarlo por los familiares difuntos. Además, la Santa Sede ha
permitido que gocen de este mismo beneficio los que, por motivos de salud, no
puedan participar en las Eucaristías celebradas con ese fin y puedan seguir el
acto que será transmitido por esta televisión. Además, como los Franciscanos de
María estamos presentes en 36 naciones, este gran don se puede aplicar en todos
los países donde nos encontramos, en todas las diócesis donde existe alguna de
las casi 600 escuelas de agradecimiento -que es como se denominan nuestras
comunidades- y que son más de 160 en el mundo. Gracias, por lo tanto, a la
Santa Sede y a la existencia de esta pequeña y humilde familia espiritual, una
lluvia de gracias se va a derramar sobre todos estos países y ciudades,
haciendo posible a miles de fieles recibir este gran don, para ellos o para sus
difuntos; si tenemos en cuenta los que recibirán esta gracia por participar a
través de la televisión, la cifra se eleva muchísimo más.
Pero un Año Santo,
un Año Jubilar, es mucho más que una ocasión para lucrar la indulgencia
plenaria. Es un tiempo de gracia, un tiempo de Dios, un tiempo dedicado al
Señor, a la conversión, a la renovación, a la unión más intensa con el Dios que
nos ama y al que queremos amar con toda el alma. Además, como Año Jubilar, nos
habla de gozo, de alegría, de alabanza y de acción de gracias; en este caso, el
agradecimiento y la alegría procede de la existencia de los Franciscanos de
María, cuyo fundador, el Espíritu Santo, quiso otorgar a la Iglesia un nuevo
carisma dedicado a difundir la espiritualidad del agradecimiento a imitación de
la Santísima Virgen y de San Francisco de Asís. En una época en que sólo se
habla de los derechos humanos, nosotros levantamos la bandera de los derechos
de Dios y queremos recordar a todos que Dios tiene derecho a ser respetado,
adorado, obedecido y amado. Y que sólo cuando se respetan esos derechos, los
derechos humanos son también debidamente respetados. Que haya un carisma
dedicado a agradecer y a enseñar a agradecer -a Dios y al prójimo- es un
verdadero don para la Iglesia. Esto es lo que ésta reconoce y por ello nos
invita a todos, propios y extraños, a alegrarnos, a estallar de júbilo y darle
gracias a Dios por su Divina Providencia que nunca deja abandonada a su
Iglesia.
En este Año Santo, en este Año Jubilar, los
franciscanos de María le decimos al Señor, unidos al Papa Francisco: Estamos
aquí, cuenta con nuestra humilde aportación, para contribuir -junto a otros- a
renovar y reparar tu casa para que sea siempre tuya, la pura y limpia casa de
Dios en la que todos los hombres, y sobre todo los últimos, encuentran acogida
y esperanza.