viernes, 1 de febrero de 2013

¿Por qué hacer Apologética?:

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Los motivos para hacer frente a los que atacan a la Iglesia, a nuestra fe y a nuestros principios éticos, son, esencialmente, dos: la justicia y la gratitud.
 
La justicia, aunque tiene distintos apellidos –justicia distributiva, justicia conmutativa...- es esencialmente darle a cada uno lo que tiene derecho a recibir. En este caso, podríamos decir que debemos defender a la Iglesia porque tiene derecho a ello, porque tiene la verdad y la verdad tiene derecho a ser defendida de los ataques que sufre. Si no defendemos la verdad contenida en los enunciados doctrinales y morales de la Iglesia, cometemos una injusticia, pues dejamos que la verdad sea agredida y humillada por los que, no teniéndola, sí tienen sin embargo mejores aliados que propagan argumentos que o son totalmente falsos o, al menos, lo son parcialmente. Además, esta defensa de la Iglesia nos interesa a nosotros mismos, pues somos parte de ella; por mucho que pensemos que no va con nosotros o con los nuestros, todo termina por afectarnos; si nos callamos porque no queremos líos ni queremos tomarnos la molestia de poner freno a los que atacan a la Iglesia, puede ser que nosotros mismos y no la Iglesia –o uno de los nuestros- seamos la próxima víctima.
 
El otro motivo es la gratitud. La Iglesia es nuestra madre y en ella nos hemos encontrado con el Cristo vivo. Lo menos que podemos hacer por ella es salir en su defensa cuando es atacada desde tantos frentes, por unos –los laicistas- y por otros –las sectas-. La mejor forma de demostrarle a Dios nuestro agradecimiento por el don que representa la Iglesia, por el hecho de que en ella le podemos encontrar en los sacramentos y que ella nos transmite fielmente la doctrina revelada por Cristo, es salir en su defensa cuando nos necesita.
 
Esos motivos deberían ser suficientes para tomarse en serio la Apologética. Eso significa que no podemos pretender defender a la Iglesia sin la debida formación. Es cierto que no todos tienen a su alcance la posibilidad de cursar varios años de Teología, pero hoy hay muchos libros divulgativos, escritos con un nivel accesible, que se pueden leer y en los que se pueden encontrar los argumentos básicos para hacer frente a los ataques más habituales. Estos, por otro lado, no dejan de ser sólo un puñado, pues la mayoría de los que atacan a la Iglesia se mueve en un estrecho círculo de tópicos y casi todos ellos tienen menos argumentos de los que nosotros, con una lectura sencilla, podamos adquirir. Además, siempre está el recurso a la “autoridad” –como decir: yo de eso no sé, pero si quieres te presento a un sacerdote con el que podrás debatir ese tema si te interesa-, que debemos utilizar cuando no tengamos argumentos suficientes, sin que eso nos sirva de excusa para no adquirirlos.
 
No podemos seguir asistiendo impasibles a los ataques a la Iglesia o a las blasfemias contra Dios, la Virgen o los santos. Tampoco podemos limitarnos a mover la cabeza en señal de pesar, a criticar a los que lo hacen, a decir que alguien tendría que intervenir. Ese alguien es Dios y quiere hacerlo, necesita hacerlo, a través nuestro. Él se merece que nos tomemos el pequeño esfuerzo de prepararnos para conseguirlo.

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