miércoles, 30 de enero de 2013

¿Cuándo hacer Apologética?:



 
En los primeros siglos del cristianismo, en aquel contexto pagano o judío en el que se desenvolvía y desarrollaba nuestra fe, la Apologética se ejercitaba en los foros de debate intelectual –los ateneos, las academias, las sinagogas- y sólo más tarde –y con menos rigor ideológico- se extendió al resto de los ambientes –la familia, el trabajo, los amigos...-. En nuestra época, tan parecida a aquella en muchas cosas, tenemos que volver a recuperar la presentación de nuestra fe en ambos ámbitos: los nuevos areópagos –los medios de comunicación, las universidades- y los clásicos –desde el hogar hasta los puestos de trabajo-. Hoy es tan necesario como entonces formar a los católicos en los principios y argumentos básicos de la Apologética, en parte para que ellos no duden de su fe y en parte para que puedan intentar convencer a otros.
 
Sin embargo, no hay que olvidar que, por un lado, la Apologética es “defensa” y eso condiciona el momento de su ejercicio –no hay que ser los primeros en sacar los temas conflictivos, sino esperar a que sean los otros los que los saquen- y, por otro, que con argumentos, por muy bien trabados que estén desde el punto de vista intelectual, difícilmente se va a convencer a nadie o se le va a introducir en la Iglesia. La fe se puede argumentar, justificar y defender, pero no suele ser ese el camino por el cual llega al corazón del hombre, por el cual se produce la conversión. Por eso es imprescindible acompañar la Apologética con la oración y con el testimonio de una vida coherente con lo que se defiende.
 
Por otro lado, y siempre con respecto al “cuándo hacer Apologética”, hay que aprender a distinguir los momentos en que estamos siendo atacados y lo que hay detrás de los que nos atacan, con el fin de actuar de una manera o de otra. Por ejemplo, no es lo mismo responder a una crítica contra la existencia del Dios-Amor basándose en la existencia del sufrimiento humano cuando esa crítica la hace un compañero de trabajo cargado de anticlericalismo, que cuando la hace una persona que está profundamente herida por la muerte de un hijo. En un caso habrá que contestar con argumentos y en el otro quizá convenga guardar un respetuoso silencio o decir al que se está desahogando que más adelante ya hablaremos sobre el asunto.

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