domingo, 4 de diciembre de 2011

El Adviento se acerca: ¡Despierten! ¡Arrepiéntanse!

Del Arzobispo Thomas Wensky (Florida Catholic)

La temporada de Adviento llega como una llamada anual de atención para todos nosotros. A lo largo de estas semanas, las Escrituras nos dicen que “despertemos y estemos alerta”. Recordamos el advenimiento de Dios entre nosotros en el tiempo —cuando la Palabra se hizo carne y nació de la Virgen María; estamos a la espera, en la esperanza de recibirlo al final de los tiempos —cuando Cristo regrese en gloria para juzgarnos, y preparamos nuestros corazones para darle la bienvenida en la Palabra y los sacramentos, porque aún vive en medio de nosotros.

Mientras que la sociedad secular ya está celebrando sus “festividades de invierno”, la liturgia del Adviento es sobria: nos llama al arrepentimiento y a la conversión. De hecho, todo el propósito del Adviento es el de despertar en nosotros la sed de Dios. En el Evangelio de este primer domingo de Adviento (Mc. 13,33-37), el evangelista recuerda las palabras de Jesús a sus discípulos: “Estén atentos y vigilen, porque ignoran cuándo será el momento. Lo que a ustedes digo, a todos lo digo: ¡Velen!” 

El Adviento tiene como propósito el suscitar entre nosotros el mismo sentimiento de esperanza. Y al hacerlo, el Adviento nos llama a la conversión, para que el Señor, cuando venga, nos encuentre “alertas”, es decir, listos para recibirlo. Debido a este aspecto “penitencial” de los preparativos para la Navidad, todos debemos hacer un esfuerzo serio en este momento particular de gracia para acercarnos al confesionario. Esto es lo que debemos hacer mientras esperamos la venida del Señor a nosotros.

Sin reconocer que no somos tan autosuficientes, tan autónomos como a veces pretendemos, sin reconocer los giros en falso que hemos realizado, las decisiones pecaminosas que nos alejan del destino al que Él nos llama, Dios no sólo “estará ausente” de nuestras vidas, sino que ni siquiera lo echaremos de menos. ¿Cómo podemos acoger a Aquel que viene a salvarnos, si no reconocemos nuestra necesidad de ser salvados?

Junto con las compras y diversiones previas a las fiestas, todos debemos buscar tiempo para ir a la confesión, aunque sólo sea para recordarnos que Jesús es, después de todo, el motivo de la temporada. La mayoría de nuestras parroquias han programado horarios extra para las confesiones, y muchas tienen servicios comunales de reconciliación (con confesión y absolución individuales). Al aprovechar estas oportunidades para el sacramento de la Penitencia, podemos, en palabras de Juan el Bautista, “preparar el camino del Señor”. La Navidad significa que Jesús todavía nos ofrece gratos milagros de sanación, de reconciliación, de paz interior y consuelo, tan sólo por acercamos a Él con la confianza de la fe.

Tal confianza de la fe se expresa plenamente en la Inmaculada Virgen María, cuyo “sí” a la voluntad de Dios permitió que el Verbo encarnara en su vientre. Ella se convirtió en la verdadera “morada” del Señor, en verdadero “templo” en el mundo, y en “puerta” a través de la cual entró el Señor en la tierra. El Adviento nos recuerda que Cristo quiere venir a nosotros y —a través de nosotros, quiere venir a vivir en nuestro mundo. Entre su primera venida como hombre, cuando nació de la Virgen María, y su última venida en gloria, al final de los tiempos, sigue viniendo a nosotros y llama a la puerta de nuestros corazones para preguntarnos: ¿Están dispuestos a darme su ser, su tiempo, su vida?

Una buena confesión puede hacer que Cristo nazca una vez más en nuestras vidas: una buena confesión deshace el “no” de nuestros pecados y reafirma el “sí” de nuestro bautismo. Nos permite clamar, llenos de esperanza: “¡Maranatha! ¡Ven, Señor Jesús!

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