miércoles, 22 de junio de 2011

La realidad detrás de la adicción









Por Carlos Rosales Marín

Psicólogo




Tristemente la problemática de la adicción parece cobrar fuerza cada vez más; son miles de personas las que diariamente sufren el tormento de la esclavitud a una sustancia o a una actividad destructiva. Los protagonistas de esta historia son personas que quizás nunca esperaron verse envueltos en esta situación, y que sin embargo, ahora no comprenden cómo su vida se les escapa entre las manos. En la mayoría de los casos, el reconocimiento y la aceptación del problema lleva su tiempo. Algunas veces, la toma de conciencia ocurre lamentablemente hasta que ya se han perdido muchas cosas valiosas, como el trabajo o el ciclo académico, los vínculos afectivos con amigos y familiares, o la motivación para seguir viviendo. ¿Cómo entender que alguien sea capaz de conducirse voluntariamente hasta este punto?, ¿cómo entender que la satisfacción de un impulso sea más fuerte que el deseo de vivir plenamente?



Para acercarnos a comprender un poco mejor el tormento que viven estas personas y sus familias, es necesario empezar aclarando un mito que se maneja popularmente. Es un hecho comprobado que la adicción es algo más que un simple capricho o un mal hábito que con  poco  esfuerzo puede ser superado. La adicción es  en realidad una enfermedad que modifica integralmente la forma de pensar, sentir, percibir y actuar de las personas. Es una condición caracterizada principalmente por la  dependencia física y psicológica hacia algo considerado como placentero, y que progresivamente va restando energías e interés para otras cosas; esta dependencia obsesiona a la persona y la consume. Se le considera una enfermedad crónica porque una vez adquirida, las personas sufren toda una transformación neuroquímica en el cerebro, que altera sus procesos de pensamiento y sus patrones de conducta, es decir, las personas adictas deben redoblar esfuerzos y soportar un duro proceso de recuperación  para salir avante con su vida. Esta transformación bioquímica ocurre principalmente con el consumo de sustancias como la cocaína, la marihuana, el alcohol, el tabaco, el crack, etcétera, pero también se ha comprobado que ocurren cambios psicológicos en personas adictas a actividades variadas, como a los juegos de apuestas (ludopatía), al sexo, a las nuevas tecnologías (Internet, celular), entre otros.



Como parte de las distorsiones que experimenta el adicto, aparecen los mecanismos de defensa que perpetúan su consumo. Aferrándose a ellos, las personas viven su vida en un constante autoengaño; perciben las diferentes situaciones de manera selectiva, y minimizan los costos personales y familiares de su conducta. Por ello generalmente interpretan los deseos de ayuda de los demás como una molestia,  o algunas veces como un ataque personal. Hasta que no exista una auténtica voluntad de cambio y una sincera aceptación del problema, el camino hacia la recuperación se vislumbra espinoso.



Los diversos factores que confluyen en el mantenimiento de la adicción son complejos. Independientemente de las causas que motivaron el consumo, existe un común denominador: la necesidad de llenar algo que falta, de experimentar una realidad distinta a la que se vive, o de sustituir algo que no se tiene. Es decir, ahí donde la persona es vulnerable, el consumo de la sustancia logra simular una ayuda.



La transformación que sufre el adicto es drástica.  Se vuelve apático, irresponsable, agresivo, egoísta, desconsiderado con los demás. Pero lo que no debemos olvidar, es que detrás de esa persona que a simple vista  su vida parece girar alrededor del placer, en realidad sufre. La persona sumida en la adicción es infeliz porque nunca tiene el control sobre sus acciones; en la medida en que intenta construir algo, su mismo comportamiento se encarga de sabotearlo. La persona adicta sufre porque un día de tantos es capaz de despertar de su obstinación, y  de percatarse que pese a los daños físicos que padece y a la pérdida de dignidad  en la que vive, sus esfuerzos por cambiar son limitados. Esto llena a cualquiera de desesperación y tristeza, lo que refuerza nuevamente el deseo de consumo.



No debemos creer que solo aquellos que evidencian síntomas de adicción, viven expuestos a los estragos de los comportamientos destructivos. Para muchos que tan solo iniciaban la experimentación con sustancias, el abuso de una noche fue suficiente para terminar en la cárcel, en un accidente de tránsito, en el hospital tras una pelea, o muertos por una sobredosis.



Ante esta dura realidad, lo que finalmente debemos  interiorizar y establecer como una firme convicción entonces, es tratar de vivir una vida plena, sin recurrir a elementos potencialmente riesgosos, para ser felices. Debemos acercarnos a personas y actividades que nos ayuden a crecer, que faciliten nuestra superación individual, en vez de ponernos en riesgo. Si hay algo seguro, es que no hay garantías para quien inicie explorando este  mundo peligroso.

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