P. Santiago Martín F.M.
Cuando a una persona cualquiera, creyente o no, se le exige algo, especialmente si esa exigencia implica sacrificio, lo primero que surge es una pregunta: ¿Por qué tengo que hacerlo?. La pregunta por el por qué es instintiva en el hombre y marca y condiciona su comportamiento ético. Para una espiritualidad como la de los Franciscanos de María, centrada en el agradecimiento, lo primero, por lo tanto, es intentar responder a esa pregunta. La respuesta no puede ser más que una: porque Dios te ama.
Dios es amor. Esta es la gran afirmación del cristianismo. La que está en el origen de todo, la que motiva la vida del cristiano, su actuación moral. La “buena noticia” que desde hace dos mil años se proclama a cada hombre es ésta: “Dios te ama. Tú eres importante para Dios. Eres tan importante que, además de todas las cosas que te ha regalado, ha nacido y ha dado la vida por ti”. Pero esta “buena noticia” a veces parece entrar en contradicción con la realidad, como sucede cuando aparece la enfermedad, la ruptura familia, la muerte y, en general, el sufrimiento. El hombre, por mucha fe que tenga, se cuestiona en ese momento dónde está Dios y cómo es posible que si le ama permita que le suceda lo que le sucede. A estas “crisis” de fe se les hace frente con más posibilidades de éxito si se ha profundizado lo suficiente en el amor de Dios o, lo que es lo mismo, si se ha experimentado ese amor divino y se ha reflexionado sobre él. Por lo tanto, para hacer frente a las dudas de fe lo mismo que para llevar a la práctica las hermosas pero difíciles exigencias éticas del cristianismo, es necesario un trabajo previo, de largo recorrido, que implique profundizar en los motivos de agradecimiento que tenemos para con Dios. “Dios me ama”, es una afirmación hermosa y muy consoladora, pero no basta con expresarla, sino que hay que saber decirse a uno mismo, y también decir a los demás, por qué es verdadera. En las “escuelas de agradecimiento” se va profundizando, mes a mes, en ese amor de Dios por todos y por cada uno de los hombres. De esta forma, se dan argumentos que refuerzan la convicción personal de que no se es indiferente a Dios sino que, por el contrario, el Señor quiere a cada hombre con un amor infinito, incluso aunque en un momento concreto de la vida humana, se pueda estar en el túnel oscuro y aparentemente sin salida del sufrimiento. Sólo cuando uno está convencido de que Dios le ama y le ama mucho, puede contestarse a sí mismo a la pregunta del por qué tiene que estar agradecido a Dios y del por qué tiene que amar a Dios. Sólo entonces llegará el momento de contestar a la siguiente pregunta: ¿Cómo tengo que amar a Dios?
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