lunes, 16 de septiembre de 2013

Año de santidad y de júbilo


Autor: Santiago MARTÍN, sacerdote
No es frecuente, que yo sepa por lo menos, que a una institución se le conceda el privilegio y el honor de celebrar un Año Jubilar, un Año Santo, para conmemorar algún acontecimiento relevante de la misma. En este caso, los beneficiados hemos sido nosotros, los Franciscanos de María. La Penitenciaría Apostólica, presidida por el que fuera nuncio en España, cardenal Monteiro, ha concedido a nuestra familia espiritual este gran don, con motivo de celebrase este año el XXV aniversario de la fundación y vigésimo de la primera aprobación, concedida en 1993 por el entonces cardenal arzobispo de Madrid, Angel Suquía.
Durante este año de gracia, se especifica en el decreto, se gozará de siete fechas para ganar la indulgencia plenaria: 15 de octubre (día de la fundación, fiesta de Santa teresa de Jesús), 8 de diciembre (solemnidad de la Inmaculada), 12 de diciembre (fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe), y ya en el año próximo: 25 de marzo (solemnidad de la anunciación y encarnación del Señor), 25 de julio (solemnidad de Santiago Apóstol, patrono de España y primer misionero), 8 de septiembre (Natividad de la Santísima Virgen) y 4 de octubre (fiesta de San Francisco de Asís), en la que se cerrará el Año Jubilar.
En estos señalados días, se ofrece, no sólo a los miembros de los Franciscanos de María, sino a todos los que quieran unirse a la celebración eucarística y cumplir las condiciones prescritas por la Iglesia, recibir el gran don de la indulgencia plenaria o aplicarlo por los familiares difuntos. Además, la Santa Sede ha permitido que gocen de este mismo beneficio los que, por motivos de salud, no puedan participar en las Eucaristías celebradas con ese fin y puedan seguir el acto que será transmitido por esta televisión. Además, como los Franciscanos de María estamos presentes en 36 naciones, este gran don se puede aplicar en todos los países donde nos encontramos, en todas las diócesis donde existe alguna de las casi 600 escuelas de agradecimiento -que es como se denominan nuestras comunidades- y que son más de 160 en el mundo. Gracias, por lo tanto, a la Santa Sede y a la existencia de esta pequeña y humilde familia espiritual, una lluvia de gracias se va a derramar sobre todos estos países y ciudades, haciendo posible a miles de fieles recibir este gran don, para ellos o para sus difuntos; si tenemos en cuenta los que recibirán esta gracia por participar a través de la televisión, la cifra se eleva muchísimo más.
Pero un Año Santo, un Año Jubilar, es mucho más que una ocasión para lucrar la indulgencia plenaria. Es un tiempo de gracia, un tiempo de Dios, un tiempo dedicado al Señor, a la conversión, a la renovación, a la unión más intensa con el Dios que nos ama y al que queremos amar con toda el alma. Además, como Año Jubilar, nos habla de gozo, de alegría, de alabanza y de acción de gracias; en este caso, el agradecimiento y la alegría procede de la existencia de los Franciscanos de María, cuyo fundador, el Espíritu Santo, quiso otorgar a la Iglesia un nuevo carisma dedicado a difundir la espiritualidad del agradecimiento a imitación de la Santísima Virgen y de San Francisco de Asís. En una época en que sólo se habla de los derechos humanos, nosotros levantamos la bandera de los derechos de Dios y queremos recordar a todos que Dios tiene derecho a ser respetado, adorado, obedecido y amado. Y que sólo cuando se respetan esos derechos, los derechos humanos son también debidamente respetados. Que haya un carisma dedicado a agradecer y a enseñar a agradecer -a Dios y al prójimo- es un verdadero don para la Iglesia. Esto es lo que ésta reconoce y por ello nos invita a todos, propios y extraños, a alegrarnos, a estallar de júbilo y darle gracias a Dios por su Divina Providencia que nunca deja abandonada a su Iglesia.
En este Año Santo, en este Año Jubilar, los franciscanos de María le decimos al Señor, unidos al Papa Francisco: Estamos aquí, cuenta con nuestra humilde aportación, para contribuir -junto a otros- a renovar y reparar tu casa para que sea siempre tuya, la pura y limpia casa de Dios en la que todos los hombres, y sobre todo los últimos, encuentran acogida y esperanza.

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