jueves, 14 de marzo de 2013

Repara mi casa


Autor: Santiago MARTÍN, sacerdote
Conocí al cardenal Bergoglio hace muchos años. En Roma, en Madrid, en Buenos Aires, he podido hablar a solas con él y siempre tuve la impresión de estar ante un caballero, ante alguien con una fina educación y una exquisita cortesía. Su trato hacia mí, en todas las ocasiones, fue siempre excepcional y el permiso de trabajo que nos dio a los Franciscanos de María para su diócesis de Buenos Aires llegó muy poco después de que se lo pedimos. Así mismo, él nos recomendó ante el Vaticano para que nos dieran la aprobación pontificia en 2007.
Con todo, su elección como Pontífice ha sido una sorpresa. Una doble sorpresa. No lo esperaba, por la edad y la salud –tiene casi los mismos años que tenía Benedicto XVI al ser elegido y tiene sólo un pulmón-. La otra sorpresa me ha venido dada por el nombre elegido: Francisco. Después de tantos y tantos Papas italianos, tiene que venir un argentino y además jesuita para ponerse por primer vez el nombre del patrono de Italia.
Le cae bien el nombre, por su humildad, que es tan grande como la de Benedicto –también como él es muy tímido, aunque confío en que no se aísle tanto-. Pero sobre todo, y creo que por eso lo ha elegido, le cae bien ese nombre por la tarea que tiene por delante. El Señor, en San Damián, le dijo al pobre y humilde Francisco: “Repara mi casa que, como ves, amenaza ruina”. Y ese parece ser el estado actual de la Iglesia: con escándalos por dentro muy parecidos a los medievales, que alentaban el surgimiento de las herejías –hoy las sectas-, y con ataques desde fuera –masonería, políticos que quieren dominar a la Iglesia, ideología relativista…-, también muy parecidos a los ataques de los emperadores alemanes que pretendían hacer del Papa un lacayo a su servicio.
Francisco I tiene que llevar a cabo una labor ingente y no va a poder hacerlo solo. Tenemos que acompañarle con la oración y con nuestro esfuerzo evangelizador. Es la hora de dar el cien por cien, porque la Iglesia lo necesita y porque Cristo nos pedirá cuentas si no lo hacemos.

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