martes, 20 de noviembre de 2012

Jesús, el verdadero gobernante del mundo




El último domingo del “tiempo ordinario”, el 25 de noviembre de este año, se celebra la solemnidad de Cristo Rey.

A primera vista —ya que en la actualidad no somos gobernados por reyes—, podríamos sentirnos tentados a considerar tal fiesta como una reliquia anacrónica de una época remota. Sin embargo, la solemnidad de Cristo Rey —como institución litúrgica— es, en realidad, más bien reciente. Fue establecida no por un papa medieval, sino por uno bastante moderno, el Papa Pío XI, en 1925.

El Papa no se había entregado a ningún capricho de la fantasía: de hecho, incorporar la fiesta de Cristo Rey fue más bien un recordatorio dirigido a un mundo que ya había empezado a fingir que podía organizarse sin Dios. La Revolución de Octubre de 1917 en Rusia ya se había consolidado, y con ella, bajo el hechizo de ideologías seculares radicales, tanto de la derecha como de la izquierda, el siglo XX estaba en pleno camino de convertirse en el más violento y el más mortífero de la historia.

Este fue el clima en el que nació esta fiesta —y lo que tal vez motivó al Papa a establecer esta fiesta, fue la revolución de México. Allí se instauró un gobierno revolucionario que persiguió a la Iglesia —y no sólo a los obispos y los sacerdotes, sino a toda la comunidad de los bautizados— con una ferocidad paralela a lo que ya estaba ocurriendo en la Rusia soviética. Allí, en México, miles de personas fueron asesinadas en aras de liberar al pueblo de la “superstición” religiosa.

Llevados ante los pelotones de fusilamiento, muchos murieron gritando: “¡Viva Cristo Rey!” La Iglesia recuerda a estos mártires mexicanos: el día de la fiesta de uno de ellos, el P.  Miguel Pro, se celebra el 23 de noviembre. La historia de estos “cristeros” fue llevada recientemente a la gran pantalla en la película “For Greater Glory” (Cristiada).

Estos mártires, y los millones que murieron en los sucesivos holocaustos del siglo XX, nos recuerdan que cuando se pretende organizar el mundo sin referencia a Dios y su verdad, terminamos organizando el mundo contra el hombre mismo.

Si bien el establecimiento de la fiesta es reciente, el contenido de lo que celebramos es en realidad bastante antiguo: de hecho, es tan antiguo como el cristianismo. Decir que “Cristo reina” es el equivalente de lo que decimos en nuestra profesión de fe: “Jesús es el Señor”.

¿Significa esto que, como cristianos, como católicos, nuestro objetivo debe ser establecer una teocracia —es decir, instaurar un gobierno que reconozca oficialmente a Jesús como Señor? Esta es, a menudo, la acusación que se nos hace en respuesta a nuestros esfuerzos, como ciudadanos, para influir en las políticas públicas en promoción del bien común. Hoy ningún católico serio argumentaría contra el acuerdo, bastante bueno en política social, que los estadounidenses han alcanzado con la cláusula de “no establishment”  (o separación entre la Iglesia y el Estado) en la Constitución de los Estados Unidos. Sin embargo, el punto es que, aunque la Iglesia y el Estado se mantienen acertadamente separados, no debe haber separación entre la religión y la sociedad, entre los valores personales y la conducta pública.

Según San Pablo, hay dos maneras posibles de vivir: “ya sea para uno mismo o para el Señor” (cf. Romanos 14: 7-9). Vivir “para uno mismo” significa vivir como si uno tuviera en sí mismo su propio comienzo y su propio final. Ello indica una existencia cerrada sobre sí misma, orientada sólo a la propia satisfacción y gloria, sin perspectiva alguna de eternidad. Hoy en día, podemos ver a individuos y a sociedades enteras de personas que de hecho han optado por vivir para “sí mismas”.

Ante una presión tan grande a favor de vivir para uno mismo —a favor de pensar que todo gira alrededor de mí, y sólo de mí— hacemos bien, al final del año litúrgico, en acordarnos de que Jesús es verdaderamente Dios, y de que vivir “para el Señor” significa vivir con Él a la vista, para su gloria y por su reino.

Y así, cuando muchos pensaban que Dios debía ser desterrado de los asuntos del mundo —o al menos marginado hasta el punto de que en realidad no importara—, el Papa Pío XI, al establecer este día de fiesta, quiso recordarnos que Jesús es el verdadero gobernante y juez del mundo.


Por: Mons Thomas Wensky

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