1 de abril de 2012
“Estando a la mesa comiendo dijo Jesús: Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo. Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro: ¿Seré yo? Respondió: Uno de los doce, el que está mojando en la misma fuente que yo”. (Mc 14, 18-20).
La Semana Santa se abre con el domingo de Ramos y, en esta fiesta tan alegre, se encierra ya la futura tragedia. Los mismos que un día aplaudieron cuando el Señor entró en Jerusalén son los que callan a los pocos días o, yendo aún más allá, cambian el significado de sus gritos para pedir que le crucifiquen después de haber gritado poco antes el himno de bienvenida del hosanna. Así es el hombre. Así ha sido y así sigue siendo. Los amigos de las horas de éxito desaparecen o incluso se tornan en enemigos cuando llegan los momentos malos.
Por eso debemos vivir la Semana Santa en una clave personal, intentando introducirnos en cada uno de los personajes que intervienen en la misma para descubrir nuestra similitud con ellos. Porque hay momentos en la vida en que nosotros somos el Cristo inocente y crucificado, mientras que hay otros –los más- en que somos el Judas traidor o el Pedro que niega conocer al Señor. Tampoco faltan, afortunadamente, instantes en que nos convertimos en el Cireneo que ayuda al que está aplastado por el peso de su cruz. Descubramos, pues, nuestra participación en la Pasión del Señor y que crezca nuestro amor a Él y nuestro deseo de evitarle todo tipo de sufrimiento. Lo conseguiremos en la medida en que nos demos cuenta de que Cristo ha sufrido y ha muerto por nosotros, por cada uno de nosotros, pues han sido nuestras traiciones y nuestros pecados los que le han llevado al Calvario.
Propósito: Cuando vea a alguien hacer el mal o dejar de hacer el bien, me preguntaré ¿Y yo qué?. Quizá no haga algo tan grave, pero es posible que sea peor lo mío aunque sea menor.
Padre Santiago Martin
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