viernes, 14 de enero de 2011

Se puede ser "monedita de oro"!


Por Angela Marulanda, Autora y Educadora Familiar
No hay duda que a la mayoría de las personas nos gusta caerle bien a los demás y por eso no ahorramos esfuerzos para ser gentiles y amables con nuestros todos aquellos con quienes buscamos tener buenas relaciones.
Un buen inicio puede ser proponernos a mejorar nuestras relaciones con quienes nos rodean. Para esto no hace falta tiempo, ese enemigo al que siempre culpamos de sabotear hasta nuestros mejores propósitos. Lo que requerimos es centrar nuestros esfuerzos en dejar de tratar de cambiar a los demás, especialmente a nuestros seres queridos, para dedicarnos cambiar la forma como los tratamos.
Es tan fácil ver claros los defectos de quienes nos rodean que dedicamos mucho esfuerzo a señalárselos e insistirles en que los corrijan. Paradójicamente, nuestros hijos, que son las personas que más amamos, son así el blanco al que se dirigen la mayoría de nuestros reproches.
Parece que olvidamos que hay dos cosas que afectan profundamente a cualquier persona: la agresividad y la amabilidad. La agresividad no sólo incluye pegarle, insultarla o atacarla violentamente. Cuando criticamos a una persona también la estamos agrediendo. Los reproches y demás señalamientos negativos son hirientes, y por ello los hijos reaccionan justificándose y contraatacando. Por lo tanto, lo usual es que se centren en defenderse, no en revisarse y menos aún en cambiar.
Un efecto igualmente poderoso, pero contrario, ocurre con la amabilidad (de amar). Se ha visto que la gente no puede resistirse a un trato amable sin sentir un innato deseo de complacer a quien así lo trata. Si una persona nos hace una observación con gentileza, mejor dicho "por las buenas", nos está diciendo que somos dignos de respeto, y la seguridad que nos da el sentirnos apreciados nos permite reconocer nuestros errores y procurar enmendarlos. Por algo a menudo todo el mundo afirma que "conmigo por las buenas, logran lo que quieran".
Como por esta vida sólo pasaremos una vez y nunca volveremos repetir un mismo día, propongámonos a dejar una huella amable en cada una de las personas con quienes nos crucemos en el camino. La amabilidad es una llamada amorosa al corazón, y es allí desde donde surge en nosotros ese sincero deseo de ser mejores personas.
No es posible comenzar de nuevo nuestra vida, pero sí comenzar a construir un mejor destino. Y será mejor en la medida que más nos acerquemos a ser los padres respetuosos y amorosos que nos habría gustado tener.
www.angelamarulanda.comangela@angelamarulanda.com

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