Cada vez hay más tendencia a culpar a los padres de todo lo malo
que pasa con los hijos, y también de parte nuestra a aceptar todas las culpas
que nos adjudican. Aunque es cierto que hoy cometemos más errores, no lo
hacemos por malos sino por temerosos debido a que estamos criando a los niños
en un mundo tan distinto a aquel en que crecimos que nos sentimos perdidos. Y
ese miedo hace que actuemos con tanta debilidad que ellos se han ido volviendo
cada vez más demandantes y malagradecidos.
El temor a que los hijos se enojen, se rebelen, nos rechacen o
sean infelices nos tiene dominados. Por eso de lo que sí somos culpables no es
de ser negligentes sino de tenerle tanto miedo a contrariarlos que nos dejamos
dominar por ellos, al punto de que ya no les exigimos nada sino que nos
doblegados a sus exigencias, ya no les pedimos un favor sin antes pedirles
perdón por molestarlos, y ya lo más importante no es educarlos sino
comprenderlos… cuando en realidad no comprendemos nada. Lo grave es que en ese
proceso estamos dejando a los niños a la deriva.
Durante la infancia y la juventud, los hijos son tripulantes
novatos que inician su travesía por el mundo sin saber para dónde van y sin la
experiencia ni los conocimientos que necesitan para transitar por aguas
desconocidas para ellos y hoy muy turbulentas. Por eso es fundamental para
ellos sentir que están bajo la dirección de unos padres tienen el mando,
conocen el rumbo a seguir y dominan la situación, es decir, que les pueden
ofrecer la protección y guía que tanto necesitan. Pero esto no es lo que les
comunicamos cuando actuamos dominados por el temor y amedrentados por las
culpas.
“Por miedo no por bondad surgieron los padres permisivos”
aseguró Jaime Barylko. Nuestra culpabilidad como padres está en permitir que el
miedo nos lleve a eludir la responsabilidad de controlar y guiar a los niños
hasta que sean mayores y tengan la la formación para hacerlo por sí mismos. Por
eso no hay dinero que pueda comprar ni colegio o experto que pueda darle a los
hijos esa formación escencial que es ante todo producto la dirección y
consagración personal de sus padres.
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