Padre Santiago Martín
La cuestión de la
comunión de los divorciados vueltos a casar es tan importante, que merece la
pena seguir profundizando en ella. Porque, en realidad, lo que se debate no es
eso solamente. De lo que se trata es de si se puede comulgar en pecado mortal,
puesto que si se acepta un caso, ¿por qué no habrían de aceptarse otros?.
Y detrás de eso hay
otra cuestión, la de quién determina qué es pecado mortal; si desaparece una
moral objetiva que a todos obligue, entonces queda sólo el subjetivismo o, lo
que es lo mismo, el relativismo. Es decir, cada uno tendría su propia moral,
cada uno decidiría de manera autónoma qué es bueno y qué es malo. Después
vendría, inevitablemente, la "dictadura del relativismo", es decir el
acoso y persecución que sufriríamos los que no aceptamos esto por parte de
aquellos que, en nombre de la tolerancia, se convertirían en los nuevos
inquisidores. Esto no es ciencia ficción, puesto que es lo que ya está
sucediendo en la sociedad y no me cabe duda de que también sucedería en la
Iglesia. Benedicto XVI lo entendió perfectamente y posiblemente fue por eso por
lo que tantos se alzaron contra él para derribarlo.
Ahora bien, la sutil
maldad del demonio lleva a argumentar contra la verdad utilizando la misericordia.
Es decir, se está oponiendo la misericordia a la verdad; se está diciendo que
en nombre de la misericordia hay que dejar de lado la verdad -incluso la verdad
que está claramente manifestada en los Evangelios-. El cardenal Müller,
prefecto de Doctrina de la Fe, ha dicho esta semana que se está intentando
oponer al Jesús Buen Pastor contra el Jesús Maestro, como si fueran dos
personas diferentes; uno sería el Dios de la misericordia, tan amable y
agradable, y el otro el Dios del juicio, tan antipático. Müller, con razón dice
que esta dicotomía, esta contraposición, es falsa porque existe sólo un Jesús.
El único Jesús que existe es a la vez Buen Pastor y Maestro. O, lo que es lo
mismo, cuando Jesús cura a un enfermo o resucita un muerto está siendo tan misericordioso
como cuando dice que el que se divorcia de su mujer y se casa con otra comete
adulterio contra la primera. La misericordia y la verdad van unidas. La mayor
misericordia que puede haber es decir la verdad, aunque la verdad deba ser
dicha siempre con misericordia. Y esto no es mío, sino de Juan Pablo II y de
Benedicto XVI.
Pero hay algo más,
como ha puesto de manifiesto esta semana un periodista italiano, Sandro
Magister. Lo que se está haciendo ahora es poner en marcha un "Sínodo
paralelo" sobre la familia, utilizando los medios de comunicación, como ya
se hizo durante el Concilio Vaticano II. Entonces una cosa era lo que se
debatía en el aula conciliar y otra lo que se contaba en los periódicos. Al
final, la estrategia de los que supieron usar los medios fue la que triunfó.
Ahora se está trabajando en el mismo sentido, haciendo creer a la opinión
pública que los divorciados vueltos a casar sin haber obtenido la nulidad
podrán comulgar y que es el Papa el que así lo quiere, a fin de crear una corriente
de opinión abrumadoramente mayoritaria que sea imposible de revertir cuando,
dentro de dos años, se tengan que tomar decisiones. Si tanto en la opinión
pública como en la mayoría de las parroquias se da la comunión a los
divorciados, ¿quién se atreverá a decir que eso no se puede hacer? Se intenta,
por lo tanto, aplicar una política de hechos consumados que, una vez
instaurada, se ampliará a todo lo demás. La puerta estará abierta y el futuro
de la Iglesia católica no será muy distinto del que ya han recorrido los
luteranos y los anglicanos. Si los luteranos alemanes han llegado a tener como
presidente una "obispa" lesbiana que vivía con su pareja -esto es
real-, no se parará en la Iglesia católica hasta conseguir lo mismo. Será solo
cuestión de tiempo.
Por eso hay que hacer dos cosas: la primera,
rezar por la Iglesia y por el Papa. La segunda, hablar, explicar a todos la
gravedad del momento, y hacerlo con argumentos. La Palabra de Dios no puede ser
manipulada por nadie. Los Evangelios, incluidos los "molestos", los
que no son políticamente correctos en cada momento de la historia, siguen
siendo Palabra de Dios y a ellos debemos someternos. No podemos censurar a
Cristo y decir que el pobre no sabía lo que se decía o que era muy antiguo y que
hay que modernizarlo. Somos nosotros los que debemos someternos a él y no
pretender que sea él quien se someta a nosotros. Es hora de rezar, de formarse
bien y de hablar. La batalla no está todavía perdida.
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