Autor: Pedro
TREVIJANO, sacerdote
Los niños y
adolescentes que ven su hogar roto por la separación o divorcio de sus padres
sufren una experiencia traumática que les ocasiona muchas dificultades para
aceptarse a sí mismos y tener una relación correcta consigo y con los demás
El alejamiento de
Dios y la ausencia de oración en las familias, hace que a éstas les falte el
apoyo de la presencia de Dios en los hogares. Una de las consecuencias es que
en nuestra sociedad el divorcio se ha vuelto algo normal, e incluso se ve
promovido por una serie de gobernantes que hacen unas leyes insensatas
destructoras de la familia, como la ley del divorcio exprés, o aunque no las
hayan hecho las mantienen, seguramente por temor a enfrentarse con lo
políticamente correcto. El resultado es que el daño recae especialmente en los
hijos. Una política que vaya en contra de la estabilidad de la familia o mengüe
su fortaleza es una política suicida e inmoral porque socava los cimientos de
la sociedad como si no existiera otra cosa que el individuo egoísta sin familia
y sin obligaciones, con las consiguientes consecuencias desastrosas para los
propios individuos, privados de la protección familiar, las familias y la
sociedad. Además, las leyes tienden a configurar las mentes y la vida de los
ciudadanos. Una legislación así deteriora la idea del matrimonio y de la
familia, e induce a acoger la práctica del divorcio exprés, destructora de la
estabilidad familiar, como normal y legítima. Es una ley que responde a los
planteamientos de la ideología de género, pues la relación sexual que subyace
al matrimonio en ella es pura afectividad espontánea y, por tanto, el
matrimonio dura lo que dura esa afectividad. Sus efectos ya se han hecho
sentir. Se quiera o no, se trata de un verdadero ataque al matrimonio y a la
familia y por eso mismo a la felicidad de las personas y al bienestar social y
su efecto es más matrimonios rotos y más personas heridas en sus afectos más
profundos. Los hijos no sólo necesitan al padre como padre y a la madre como
madre, sino también la relación de pareja que tienen y la relación de amor y de
unidad que constituyen. Nunca hemos de olvidar que las dos necesidades básicas
de cualquier ser humano, y muy en especial de los más débiles, son alimentación
y afecto. El fracaso matrimonial de los padres tiene grandísimas repercusiones
por los sufrimientos que ocasiona en los hijos, que son los grandes
perjudicados, siendo lamentable que esta realidad no suela tener reflejo en las
leyes sobre el divorcio o la separación matrimonial. Además, la precariedad y
falta de estabilidad de muchas vidas matrimoniales ocasiona la menor propensión
a la fecundidad, pues ésta requiere saber mirar a largo plazo, así como serias
dificultades en la educación de los hijos, que resultan más propensos al
fracaso escolar y a problemas de comportamiento, con los consiguientes
inconvenientes para su futuro, incluso en la edad adulta, y el de la propia
sociedad.
El divorcio es
siempre un mal, porque es la ruina de un matrimonio y de una familia, aunque a
veces sea un mal menor, pues también es cierto que los efectos de un hogar
insufrible son devastadores para los niños. Éstos padecen el conflicto o
divorcio de sus padres y sufren a consecuencia de ello, sintiéndose asustados y
confundidos, quedando dañada su capacidad de confiar y amar, pues no han
experimentado ni vivido, sino todo lo contrario, el amor mutuo de sus padres,
lo que repercute en ellos, sufriendo una seria crisis de inseguridad, sin
contar con que los traumas del divorcio les hace más vulnerables a problemas
psicológicos, como una gran tristeza que les puede llevar a la depresión, una
mayor rebeldía y fracaso escolar, así como a enfermedades, mientras que a largo
plazo, al no haber tenido el ejemplo de un éxito conyugal que imitar, en su
vida adulta tienen mayores probabilidades de divorciarse o de tener hijos fuera
del matrimonio, siendo para ellos más difícil el que su matrimonio resulte. En
efecto, cuando el divorcio es una posibilidad siempre presente en el horizonte
de la pareja, es obvio que ello tiene un efecto desestabilizador. Por el
contrario, la indisolubilidad matrimonial es un seguro fundamento de
estabilidad, eficacia pedagógica y función social de la familia.
La ausencia de un
hogar familiar adecuado destruye el medio natural en que debiera desenvolverse
la vida de los hijos y causa a éstos muy graves daños. En efecto, los niños y
adolescentes que ven su hogar roto por la separación o divorcio de sus padres
sufren una experiencia traumática que les ocasiona muchas dificultades para
aceptarse a sí mismos y tener una relación correcta consigo y con los demás, no
siéndoles tampoco nada fáciles las relaciones ni con su padrastro o madrastra
ni con los hijos de éstos, pues las nuevas convivencias son otro serio
problema. Aunque se dan casos de buen entendimiento, con frecuencia surgen
graves dificultades y desavenencias entre los hijos del matrimonio anterior y
el nuevo cónyuge, o entre los hijos de ambos, o entre los hijos de la nueva
pareja con sus hermanastros anteriores, siendo la situación más grave cuando se
dan sucesivos divorcios, llegando los hijos no sólo a no vivir, sino incluso a
no saber lo que es una familia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario