Autor: Santiago
MARTÍN, Sacerdote
La situación en Egipto
es de tal gravedad que ese importante país del Mediterráneo puede saltar por
los aires en cualquier momento, en una guerra civil que arrojaría miles de
muertos. Esto, aparte de cuestionar la política exterior de Obama -pues fue él
quien dio el pistoletazo de salida a las revoluciones que han cambiado el mapa
político del sur y este del Mediterráneo, llevando al poder a fundamentalismos
violentos-, pone en un gran aprieto a los cristianos, ya de por sí minoritarios
en esas naciones.
En Egipto, concretamente, decenas de templos coptos y católicos
han sido atacados en los últimos días y todo apunta a los musulmanes
integristas como los autores. La situación en Siria no es diferente y aunque
Assad sea un dictador, lo que temen los pocos cristianos que han sobrevivido a
la cruel guerra civil es que si éste cae su situación será aún peor para ellos.
A los fundamentalistas
islámicos les da igual la imagen que den en el mundo, no les importa que se les
identifique con la violencia más extrema o que se hayan convertido en sinónimo
y prototipo de terrorismo. Incluso les da lo mismo que su religión sea cada vez
más catalogada como la principal amenaza mundial para la paz. No sólo les da
igual, sino que se glorían de ello, pues viven inmersos en una locura llamada
"guerra santa". Afortunadamente, no son la mayoría de los seguidores
del Islam, aunque se autoproclamen como los verdaderos y genuinos discípulos
del profeta. A todos los demás musulmanes esa identificación entre su religión
y la violencia sí les molesta y ofende, con razón.
Pero que Islam sea
cada vez más sinónimo de guerra, no sólo perjudica a los fieles musulmanes no
violentos, que son la mayoría; ni tampoco perjudica a los cristianos que viven
bajo su yugo en los países donde han logrado instaurar su ley -la sharia-. De
alguna manera nos afecta también al resto de los creyentes. El Papa Francisco,
en su reciente encíclica, advierte del riesgo de que se identifique a los
creyentes que consideran que en su religión está la plenitud de la verdad con
la intolerancia y el fanatismo; esto, que ya es un patrón ideológico en el
mundo secularizado de Occidente, lleva a que nosotros, los católicos, seamos
vistos con sospecha y se nos considere un peligro para la convivencia,
incapaces de aceptar las reglas del juego de la democracia. En "Lumen
Fidei", el Papa explica muy bien que la evangelización no significa
imposición, sino oferta, y que nuestro convencimiento de que Cristo es el único
Salvador y es la plenitud de la Verdad, no lleva a la violencia pues nuestra fe
no se puede separar de la caridad. Esto es así, ciertamente, para los católicos
-y ahí están las pruebas diarias de cómo nos golpean sin que devolvamos el
golpe-, pero no lo está siendo para algunos musulmanes y el descrédito que para
la religión significa su comportamiento nos perjudica a todos. Al final, todos
acabamos metidos en el mismo saco. Por eso creo que no hay amigo mejor de los
secularistas, de los que odian y persiguen cualquier sentimiento religioso, que
estos creyentes fundamentalistas y violentos, que les sirven de justificación
no sólo para sus tesis sino para la aplicación de las mismas, pues al final
ellos -los relativistas supuestamente tolerantes-, se convierten en
intolerantes y perseguidores de aquellos que se atreven a decir que la verdad
existe, que es objetiva y que se puede acceder a ella.
Un ejemplo de lo que digo ha sucedido en un
lugar del mundo muy alejado de las matanzas de El Cairo. Ha ocurrido en Bogotá.
La Universidad Pontificia de los jesuitas en esa ciudad, la Bolivariana, había
organizado una semana de estudios en torno al fenómeno gay, invitando a
ponentes que eran destacados militantes de esa ideología. Ante la incoherencia
que representaba que una universidad católica promoviese ese tipo de
comportamientos, decidieron trasladar la semana -que pronto se conoció como
"del orgullo gay"- a otra institución. El "lobby rosa"
reaccionó inmediatamente anunciando la quema de cruces e imágenes religiosas
ante las puertas de la universidad. Dar o no dar unas conferencias es una cosa,
quemar imágenes religiosas y proferir todo tipo de insultos es otra. ¿Quiénes
son los intolerantes? ¿Quiénes los que no saben convivir en una sociedad democrática
y pluralista? Y lo peor es que estos "dictadorzuelos" de Bogotá se
excusan en lo que hacen los dictadores islámicos de la otra parte del mundo. En
el medio, perseguidos por unos y por otros, seguimos estando los cristianos.
Como siempre. Como Cristo.
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