viernes, 1 de marzo de 2013

Volver a Dios


Autor: Santiago MARTÍN, sacerdote


Cuando la crisis económica empezó a mostrar su verdadero rostro, hace ya tres años, dije que estábamos ante la punta del iceberg y que la verdadera causa de la crisis era de origen moral. No sólo habíamos gastado –en España y en otros países- más de lo que ingresábamos, poniéndonos en una situación insostenible de cara al futuro, sino que eso se había producido porque había desaparecido ampliamente un sentido objetivo del bien y del mal.
Si todo vale –y el ejemplo más claro es la aceptación por la mayoría del aborto-, entonces ¿por qué no ha de valer gastar hoy sin preocuparnos de quién tendrá que pagar las facturas mañana? Recientemente, en la cumbre económica de Davos, uno de los expertos afirmaba que nos estamos comiendo el futuro y que vamos a dejar a nuestros hijos una hipoteca tan alta que no la podrán pagar, condenándoles a una vida de pobreza. Olvidaba este experto añadir que eso es una consecuencia lógica de que muchos padres ya no aman a sus hijos, al menos como antes, pues no les importa matarlos cuando representan un problema para ellos, incluso a veces un pequeño problema. La consecuencia inevitable será que los hijos supervivientes –hermanos de los que fueron asesinados por el aborto- matarán a sus padres cuando se hagan ancianos con la eutanasia, porque su existencia será una carga económica para ellos; la semana pasada, el ministro de Economía de Japón pidió a los ancianos que se murieran pronto porque el Estado ya no podía pagar las pensiones, de ahí a la eutanasia generalizada hay sólo un corto paso.
Pero claro, si todo vale, ¿cómo no va a valer la corrupción? ¿Nos podemos extrañar, de verdad, de que en un país donde se matan ciento veinte mil niños al año los políticos de todos los partidos, y aún miembros de la familia del Rey, estén salpicados de escándalos? Una vez que nos hemos tragado el camello, ya no cuesta nada hacerlo con el mosquito. Y, mientras, como dice el cardenal Cañizares, seis millones de parados asisten escandalizados y hartos a este bochornoso espectáculo, en el que están aflorando si no todas muchas de las vergüenzas que han estado tapadas durante los años de bonanza económica.
La crisis, vuelvo a insistir, es moral. Nos hemos alejado masivamente de Dios. Hemos pensado que no le necesitábamos para ser felices. Hemos creído que sin normas morales que nos inquietaran la conciencia estaríamos muchísimo mejor. Hemos puesto nuestra meta en vivir del mejor modo posible y a cualquier precio en la tierra, olvidándonos del cielo. Dios ha dejado de ser un referente en la vida, para convertirse en el gran ausente o incluso en el gran enemigo. ¿Y nos extrañamos de que pase lo que está pasando? Ya dijo Dostoievski: “Si Dios no existe, todo está permitido”. Nos hemos encargado de que Dios no existiera, porque hemos vivido como si eso fuera verdad, y ahora nos quejamos de que unos roben y otros maten. Los que roban y los que matan son culpables, pero también lo es el resto de una sociedad que ha dado la espalda a sus raíces cristianas y a abjurado del Dios de sus mayores.
Hay que volver a Dios. No hay otro camino para salvar a España –incluida Cataluña-. Hay que volver a Dios y a la regeneración moral que eso implicaría. Sólo así se pondría freno a la corrupción. Sólo así podríamos avanzar hacia una economía sostenible donde no nos comamos el futuro con derroches absurdos en el presente. Dios no sólo es el mejor amigo del hombre, sino que es su único amigo. O Dios, o todo estará permitido y, al final, después de pagar la factura los más débiles, terminarán por sufrir las consecuencias hasta los que se creían poderosos.

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