A veces, lo extraordinario, por repetido,
se convierte en normal y no se le da la importancia que tiene. Eso puede pasar,
por ejemplo, con el hecho de tener al frente de la Iglesia no sólo a un hombre
santo y humilde, sino también a un sabio.
Benedicto XVI es el mejor teólogo católico
vivo. Es también una de las mentes más brillantes de las últimas décadas. No lo
es porque sea Papa, ni es Papa porque lo fuera antes. Pero es Papa y es también
un hombre sabio y santo. Lo ha demostrado durante los largos años de servicio a
la Iglesia, desde la cátedra de Tubinga a la sede de Pedro pasando por el
Arzobispado de Munich o la prefectura de la Congregación para la Doctrina de la
Fe.
Lo ha demostrado también, por ejemplo, con
los libros que ha escrito, entre ellos y quizá de una forma especialmente
destacada, los dedicados a la figura de Jesús de Nazaret, el Hijo del Dios
vivo. El primero de esos libros, dedicado a la vida pública del Señor, puso de
manifiesto que se podía afirmar con datos que Jesús no era un mito y que lo que
contaban los Evangelios no eran historias inventadas puestas al servicio del
ansia de poder del Vaticano. El segundo de esos libros, que se centraba en la
Pasión y Muerte de Cristo, nos mostró de nuevo la historicidad de lo que narran
los evangelistas.
Ahora acabamos de saber que ha dedicado sus
vacaciones, a sus ochenta y cinco años, a escribir el tercer y último volumen
sobre el Señor, dedicado esta vez a la infancia de Jesús. Imaginamos también
que se referirá a la Santísima Virgen y que afrontará cuestiones como la
virginidad de Nuestra Señora. Personalmente estoy deseando que se publique para
leerlo, sabiendo de antemano que disfrutaré con ello.
Hay que darle gracias a Dios, pues, por
haber puesto al frente de la Iglesia a este hombre santo y sabio. No es normal,
es extraordinario, que podamos disfrutar de un Pontífice así. Por eso no
debemos acostumbrarnos a ello, sino valorarlo como merece, agradecerlo y leer
sus escritos.
P. Santiago Martín
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