lunes, 6 de agosto de 2012

¿Catolicismo y yoga son compatibles?


Autor: Eleuterio FERNÁNDEZ, abogado


En materia religiosa existen muchos aspectos que pueden llevar a confusión a los creyentes que hacen, de la misma, una causa de su particular existencia. Por eso conviene dejar más que claro que hay cosas que no pueden ser y no pueden ser.
Como ya me ha pasado otras veces que hay creyentes católicos que, habiendo yo comentado acerca de la no posible utilización por discípulos de Cristo de prácticas abiertamente orientalistas y sembradoras de filosofías de muy lejos de nuestra religión y cultura, me han afeado la conducta, tengo que decir lo que sigue.
A mí me da la impresión de que hay católicos que creen que es posible hacer una especie de batiburrillo o mezcolanza entre su religión y otras prácticas espirituales del mundo y, así, vivir pensando que poco importa lo que diga tu fe acerca de esto o de lo otro. Al fin y al cabo, les importa, como cristianos mundanizados que son, vivir y pasárselo lo mejor posible y si determinadas posibilidades, aunque sean ajenas a su fe, le vienen bien… pues ¡hala!, a llevarlos a su vida sin el menor remordimiento de conciencia.
Un caso muy significativo de este tipo de actuación es el yoga y la práctica de tal ejercicio físico y, no olvidemos, espiritual. Y digo que no hay que olvidar el sentido espiritual que tiene el yoga porque hay católicos que creen que una cosa es determinados movimientos con el cuerpo y otra cosa muy distinta la creencia que conlleva tal práctica como si la misma no pretendiera, digamos, meditar sobre lo que al ser humano le pasa.
Sin embargo, hay que decirles que no se puede separar, para nada, el yoga de lo que supone como religión ajena a la católica.
Seguramente para que se disipase alguna duda que puede partir del corazón del católico y hacerle desviarse del camino que lo lleva hacia el definitivo Reino de Dios la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 15 de octubre de 1989, emitió el documento titulado “Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana” que debería haber despejado muchas dudas (hace ya bastantes años que tal documento es más que conocido).
Por ejemplo, dicen lo siguiente (2):
El contacto siempre más frecuente con otras religiones y con sus diferentes estilos y métodos de oración han llevado a que muchos fieles, en los últimos decenios, se interroguen sobre el valor que pueden tener para los cristianos formas de meditación no cristianas. La pregunta se refiere sobre todo a los métodos orientales. Actualmente algunos recurren a tales métodos por motivos terapéuticos: la inquietud espiritual de una vida sometida al ritmo sofocante de la sociedad tecnológicamente avanzada, impulsa también a un cierto número de cristianos a buscar en ellos el camino de la calma interior y del equilibrio psíquico.
Es decir, que no se trata de una idea que se le haya ocurrido al que esto escribe sino que es, esencialmente, cierto, que hay católicos que andan en tal tipo de cosas.
Y, luego, avisan sobre lo que suponen determinadas prácticas (12):
Con la actual difusión de los métodos orientales de meditación en el mundo cristiano y en las comunidades eclesiales, nos encontramos ante un poderoso intento, no exento de riesgos y errores, de mezclar la meditación cristiana con la no cristiana. Las propuestas en este sentido son numerosas y más o menos radicales: algunas utilizan métodos orientales con el único fin de conseguir la preparación psicofísica para una contemplación realmente cristiana; otras van más allá y buscan originar, con diversas técnicas, experiencias espirituales análogas a las que se mencionan en los escritos de ciertos místicos católicos; otras incluso no temen colocar aquel absoluto sin imágenes y conceptos, propio de la teoría budista, en el mismo plano de la majestad de Dios, revelada en Cristo, que se eleva por encima de la realidad finita; para tal fin, se sirven de una «teología negativa» que trascienda cualquier afirmación que tenga algún contenido sobre Dios, negando que las criaturas del mundo puedan mostrar algún vestigio, ni siquiera mínimo, que remita a la infinitud de Dios. Por esto, proponen abandonar no sólo la meditación de las obras salvíficas que el Dios de la Antigua y Nueva Alianza ha realizado en la historia, sino también la misma idea de Dios, Uno y Trino, que es Amor, en favor de una inmersión «en el abismo indeterminado de la divinidad».
Y es que hay que tener en cuenta que (28)
Algunos ejercicios físicos producen automáticamente sensaciones de quietud o de distensión, sentimientos gratificantes y, quizá, hasta fenómenos de luz y calor similares a un bienestar espiritual. Confundirlos con auténticas consolaciones del Espíritu Santo sería un modo totalmente erróneo de concebir el camino espiritual; atribuirles significados simbólicos típicos de la experiencia mística, cuando la actitud moral del interesado no se corresponde con ella, representaría una especie de esquizofrenia mental que puede conducir incluso a disturbios psíquicos y, en ocasiones, a aberraciones morales.
Lo que debe pasar, a mi modesto entender, es que la fe de los católicos que se prestan a determinadas prácticas orientalistas no está muy bien asentada y se dejan llevar por cualquier viento de doctrina.
Y eso, se diga lo que se diga, no puede ser bueno ni benéfico para su religión.

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