Autor: Santiago MARTÍN, sacerdote
No todos los políticos son iguales. Los hay que tienen principios y que no se venden a las encuestas de opinión. Y los hay en todos los partidos. Cuando digo esto no me refiero sólo a que haya políticos en la derecha dispuestos a defender, por ejemplo, la familia y la vida a costa de perder votos, sino también a que hay políticos en la izquierda dispuestos a defender lo contrario, también a costa de perder votos. Obama pertenece a este sector, al menos aparentemente.
Aparentemente, Obama acaba de dar un salto al vacío, por honestidad ante sí mismo, al apoyar el matrimonio gay (en Estados Unidos están ya legalizadas las uniones civiles homosexuales, que a todos los efectos es lo mismo pero sin que se llame matrimonio y sin que puedan adoptar niños, salvo en algunos Estados). Aparentemente, a Obama le pueden castigar sus votantes más conservadores, que rechazan esa medida. Aparentemente, pues, Obama es un político honesto que prefiere perder unas elecciones antes que traicionar su conciencia. Aparentemente.
Porque la realidad es que, si bien los gay no van a votar nunca a los republicanos, se podían quedar en casa o dejar de dar dinero a la causa demócrata si Obama no hubiera hecho la declaración sin precedentes que ha hecho. Él ya sabe que los votantes conservadores los tiene perdidos, sobre todo después del desafío a la Iglesia católica obligándola a elegir entre subvencionar la píldora abortiva o cerrar todos sus centros sociales y educativos. Por lo tanto, lo que tiene que hacer es cuidar de sus bases más radicales y, como la economía va mal, lo mejor es tranquilizar a sus electores con medidas de ingeniería social.
Pero ni siquiera esta explicación, que es mucho más adecuada a la realidad que la aparente honestidad de Obama, me termina de satisfacer. Él sabe que las elecciones las tiene ganadas y no creo que necesitara dar este paso para asegurar la victoria. Tampoco creo en que lo haya hecho por honestidad personal, como él dice. Me parece que está obrando al dictado de sus superiores, de los que le han puesto ahí, de los que están moviendo los hilos desde la sombra para ir avanzando, paso a paso, hacia ese nuevo orden mundial, en el cual el hombre terminará por ser finalmente destruido. Acabar con la familia es imprescindible para lograrlo y este tipo de leyes no se dictan para contentar a los gay -a los que están usando como mera excusa, aunque ellos no se den cuenta-, sino para hacer daño a lo más íntimo y esencial del ser humano: la familia. Y como la Iglesia es la única que se opone valientemente a este nuevo orden mundial, también hay que acabar con ella. Lo que pasa es que aquel que está detrás de todo -y sus esbirros- se olvida de que Dios existe. Como lo olvidó cuando creyó haber vencido al conseguir que a Cristo lo crucificaran.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario