jueves, 28 de abril de 2011

Constitución física de Jesús (2da Parte)

  • Su porte debía ser majestuoso y viril. Cuando sus compatriotas quieren despeñarle en Nazaret, Jesús pasa por medio de ellos sin inmutarse y con un continente tal, que no se atreven a atentar contra su vida. Al ser prendido en Getsemaní, sus enemigos caen unos sobre otros, impresionados del porte majestuoso del Maestro, que lejos de huir les declara: "Yo soy a quien buscáis".

    La mirada de Jesús debía ser majestuosa y dominadora. San Marcos repite con insistencia cuando el Maestro va a proferir una sentencia: 
    "Y mirándolos, dijo". Cuando tratan de lapidarle en Jerusalén, Jesús interpela a sus enemigos: "Muchas cosas buenas os he hecho, ¿por cuál de ellas me queréis apedrear?". Este dominio de sí mismo resplandece en las palabras mansas con que Jesús responde al criado que le ha abofeteado: "Si mal hablé, muéstrame en qué; y si bien, ¿por qué me hieres?".




  • Equilibrado: esta complexión sana y equilibrada de nervios de Jesús contrasta con los desequilibrios nerviosos de Mahoma y con el agotamiento físico de Buda, que vencido por la vida, predica una religión pesimista y negativa. La actitud de Jesús en los momentos de la Pasión es la de un espíritu equilibrado, señor de sí mismo en medio de las agitaciones nerviosas de sus jueces y acusadores: En el drama de la Pasión no hay más señor que Jesús.

    Sus últimas palabras en la cruz, ofreciendo perdón a los enemigos, son eco de la paz interior de su espíritu. Nada de desahogos rabiosos incontrolados, sino autonomía y perfecto control de sus actos, y todo con suma naturalidad y sin afectación.




  • Sano: Nunca los evangelistas aluden a alguna enfermedad del Maestro. En medio de su dura vida de apostolado su cuerpo parece responder sin debilidades morbosas. Su tarea se iniciaba muy de mañana. El frescor de su espíritu se refleja en el amor que siente por las bellezas de la naturaleza, los lirios del campo, los pajarillos del cielo, la candidez infantil.

    En sus parábolas nada insinúa un espíritu cansado y pesimista; al contrario, su alma tersa sabe contemplar al Padre siempre obrando en la naturaleza y en las vidas de los hombres. La vida apostólica del Maestro discurre al aire libre, a la intemperie, caminando por las calzadas y caminos de Galilea, Samaria, Judea, Tiro, Sidón. Viviendo en extrema pobreza, sin tener dónde reclinar su cabeza, Jesús iba de un lugar para otro predicando la buena nueva. Esto no se explica sin suponiendo en él una salud robusta y equilibrada. 
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