miércoles, 31 de agosto de 2016

Una monja católica






Autor: Santiago MARTÍN, sacerdote
La Madre Teresa de Calcuta será canonizada esta semana, si Dios quiere. En el Año de la Misericordia, la Iglesia reconocerá la santidad de una de las personas que más ha hecho por los que sufren durante el pasado siglo XX. No fue la única, ciertamente, pero sin duda se le puede dar ese título: la santa de la caridad. Así quiso que se llamaran sus hijas e hijos: Misioneros de la caridad.
Sin embargo, no puedo evitar un cierto temor. Temo que, en el contexto actual, la figura de la Madre Teresa sea manipulada, como lo está siendo el propio Papa Francisco. Temo que se vea a la santa de Calcuta como una figura comprometida con la causa de los pobres y nada más, algo así como una gran activista social, una eximia representante del gran hermano universal que hoy nos domina y que indica lo que es políticamente correcto -ayudar a los necesitados, entre otras cosas- y lo que no lo es -defender la moral católica-. Podrían robarnos a la Madre Teresa para convertirla en un icono ligth de esa falsa Iglesia, reducida por obra y gracia de los medios de comunicación a una ONG hippie que predica la misericordia y que no condena a nada ni a nadie, porque no está para condenar, ni siquiera a los criminales más crueles del mundo. Esta Iglesia meliflua, amilbarada, edulcorada y, por eso mismo, intragable -es como si a un dulce helado le añadieras miel, almíbar, sirope y diez cucharadas de azúcar- no es la de Jesucristo. Es un invento que se han montado algunos, de dentro y de fuera, y que desfigura totalmente la realidad. La Iglesia fundada por Cristo habla de amor y de misericordia, efectivamente, pero también habla de sacrificio, de aceptación de la cruz, de conversión, de la necesidad de obras buenas para salvarse, de generosidad. La Iglesia de Cristo no dice que se va a salvar todo el mundo, sino que a Dios le gustaría que se salvara todo el mundo, que no es lo mismo, y que el Señor mantiene la puerta abierta de la salvación hasta el último instante de la vida del hombre. La Iglesia de Cristo habla de amor al prójimo y, en especial, al prójimo necesitado e incluso recuerda que el Señor vendrá a juzgar -con premio y castigo y no sólo con premio- en función de cómo hayamos tratado a nuestro hermano, pero también habla de la necesidad de oración y de que no se puede acceder a la Eucaristía en pecado mortal.
La ya próxima Santa Teresa de Calcuta era una monja católica y no un ilustre miembro de esa falsa Iglesia que ni los hippies aceptarían por ser más dañina que la droga que consumían. La Madre Teresa ayudaba a los pobres, ciertamente, pero rezaba varias horas al día, se confesaba, comulgaba en gracia y era fiel a las enseñanzas de la Iglesia. La Madre Teresa no obligaba a nadie a hacerse católico, ni condicionaba su asistencia a la conversión, pero ofrecía sin miedo ni vergüenza el mensaje católico a los que no pertenecían a la Iglesia o se habían alejado de ella. Es esta monja católica la que va a ser reconocida como santa y no la caricatura que algunos están ya presentando y que, si ella pudiera, rechazaría con todas sus fuerzas. Es a ella a la que debemos imitar, para amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como nos pide Cristo.

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