Autor: Santiago MARTÍN, sacerdote
Cuando escribo este artículo, la JMJ
de Río ya ha comenzado, pero los días finales, donde se reúne el mayor número
de fieles y donde se pronuncian los mensajes más importantes aún no han
llegado.
Sin embargo, lo que el Papa ha dicho
hasta ahora es ya suficiente como para considerar que el Papa está yendo al
fondo de las cuestiones importantes, sobre todo aquellas que afectan
directamente a los jóvenes.
Lo primero que dejó claro era que no
traía "ni oro ni plata", avocando las palabras del apóstol San Pedro
ante aquel enfermo que pedía limosna en el templo. El predecesor del actual
Pontífice añadió: "Te doy lo que tengo, en el nombre de Cristo estás
curado". El Papa también les ha dicho a los jóvenes que no acude a ellos
cargado de un "plan Marshall" milagroso que multiplique los puestos
de trabajo o que solucione sus problemas. Lo que les ofrece vale infinitamente
más: Jesucristo. Con Él, ellos pueden labrarse su propio futuro. Sin él,
simplemente no hay futuro.
Algo parecido les dijo a los jóvenes
drogadictos en el hospital de Río que visitó. No pueden pretender que nadie les
saque de su agujero, si ellos no hacen su parte. Tendrán ayuda, de Dios y de la
Iglesia, pero ellos tienen que esforzarse en conseguirlo. Y, en este mismo
lugar, afirmó algo que sin duda ha sentado muy mal a los señores de la muerte
que tanto abundan en América: "No a la legalización de la droga".
Cuando hay incluso presidentes y expresidentes de distintos países que abogan
públicamente por legalizar la venta y el consumo de estupefacientes, el Santo
Padre ha tenido el valor de rechazar esta idea, precisamente allí, donde se
está promoviendo porque están las principales zonas de cultivo.
Merece un gran aplauso el Papa. Pero me da
miedo. Ha hecho lo que tenía que hacer, con un gran valor. Ha hecho lo que
nadie se atreve a hacer. Ha desafiado a los capos de la droga, gente sin
escrúpulos que lo mismo mata a un cura -como en Sicilia- que puede matar a un
Papa. Más que nunca, estemos con el Papa blindándole con nuestra oración.
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