Muchos me preguntan como llegué a amar al Señor o como llegué a creer. Hoy les quiero contar más o menos como fue mi experiencia.
Fui criada en una familia muy religiosa, con muchas tradiciones y rituales rigurosos que nunca entendía. Mi conocimiento del catolicismo estaba limitado a mi Primera Comunión que fue muy temprano en mi vida, a los seis años. Tengo recuerdos muy vagos de mi tía tratando de explicarme la Creación en las mecedoras del patio de la casa. Debió haber sido una tarea ardua para ella por mi tierna edad. Qué puede entender y asimilar una niña de 6 años? Recuerdo claramente ese día cuando recibí al Señor por primera vez. Eran las 6 de la mañana y yo tenía una fiebre alta. Tenía un ramo de lirios que Tía Mati había cortado en el patio de la casa. De por si, yo era una niña pequeñita, flacuchenta y por lo general, muy débil y frágil y con muchos miedos.
Estudié la mayoría de mi vida en un colegio privado, sin religión. La formación religiosa estaba limitada a una clase semanal con profesores que no tenían gran conocimiento de catecismo. La única que nos enseñó un catecismo estricto y veraz fué la “Señorita Angulo”, una señora dulce con mucha paciencia. Yo la adoraba. En bachillerato, tuvimos otros maestros que no brillaron ni en mi vida ni en la de los otros estudiantes.
Mi conocimiento del Señor, y de la fe era vago. Mis oraciones eran pocas y honestamente iba a misa los domingos por miedo a mi mamá. Creo que nunca le puse atención a la misa. No tenía amor a Dios sino miedo, no temor! Era simple y crudo miedo de que ese señor barbudo estaba en una nube y me fuera a caer un rayo si yo “me portaba mal”. Yo buscaba respuesta a muchas preguntas en otras creencias y movimientos de Nueva Era. Fui a leerme las cartas, hice Control Mental Silva, leí sobre la Metafísica. No solo leí uno sino varios libros al respecto.
Cuando me casé me sentí sola en un país diferente y sin mi familia. Solo tenía a mi esposo con el cual me estaba acoplando poco a poco. Un día fui invitada a un retiro carismático por una señora amiga de su familia. Ese día experimenté algo que nunca en mi vida había ni visto, ni oído mencionar: el “descanso en El Espíritu”. Es más, cuando vi que otras personas se caían, me burlé y pensé que era puro fanatismo. Pero “el descanso en el Espíritu” que yo sentí fue algo profundo y que se ha quedado conmigo toda mi vida. A raíz de esta experiencia, sentí que empecé a entender y de ahí en adelante quise conocer al Señor. No soy de las que se deja convencer por el sentimentalismo. A pesar de esto, al principio, Jesús y María me fueron conquistando por medio de pequeñas gracias. Empecé a sentirlos y escucharlos. En serio! Sentía que me hablaban al oído de manera clara y práctica. Debo confesarles que me enamoré y abrí los ojos a todo lo que el Señor hacía a mi alrededor.
Siempre he pensado que amar al Señor y a María Santísima es como enamorarse. Al principio, sientes “maripositas” en el estómago como cuando el pretendiente te llama o te dice cosas lindas. ¡Pero hay que ser realistas! Uno no vive con “maripositas” en el estómago toda la vida. Seguir amando a Dios, igual que seguir amando al pretendiente implica conocerlo. En otras palabras, debía informarme y formarme. Yo necesitaba conocer que era esto que yo estaba sintiendo y experimentando. Tenía sentimientos encontrados e ignorancia absoluta. Así que empecé a leer y leer más. También asistí a talleres, cursos y retiros. Invité a mi esposo a asistir conmigo y gracias a Dios, el fue muy receptivo. Creo que es importantísimo que la pareja crezca en la fe juntos. Teníamos una sed de Dios que no se satisfacía. Entendimos también que necesitábamos la fe para criar a nuestras hijas. No sabíamos ser padres. Qué mejor maestro que el Señor? Para nosotros era lógico pedirle ayuda a El.
Hoy vivo el presente y estoy aprendiendo a vivir de manera positiva y proactiva. Cada día es un regalo de Dios. El nos ha dado el mundo para conocerlo y experimentarlo. Nos ha dado a las personas que nos rodean para ayudarlas, para aprender de ellas, para amarlas y disfrutarlas! Hoy todavía siento que no sé nada aunque he estudiado mucho y deseo seguir haciéndolo. He recibido muchas gracias y visto milagros de todos los tamaños. Conocer a Dios será para mí, una tarea continua hasta que muera, pero estoy casi segura que ya no me va a caer un rayo. Sé que el Señor sí piensa en mí aunque seamos tantos en el mundo y mis necesidades sean diferentes a la del niño con hambre en Etiopia. No dudo de la existencia de un Creador que me ama y tengo una relación personal con El. El nunca me falla aunque yo a El le fallo siempre. Tengo la intención de cada día mejorar y poco a poco acercarme más para entender mejor mi fe. Le pido a El que me ayude a quedarme siempre a Su lado para poder lograrlo.
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