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Eucaristía Corazón de la Liturgia |
El porqué de la Eucaristía
¿Por qué, Señor, te quedaste en la Eucaristía?”
“Te amo, Señor, por tu Eucaristía,
por el gran don de Ti mismo.
Cuando no tenías nada más que ofrecer
nos dejaste tu cuerpo para amarnos hasta el fin,
con una prueba de amor abrumadora,
que hace temblar nuestro corazón
de amor, de gratitud y de respeto” .
Llevamos veinte siglos de cristianismo, por todas las latitudes, celebrando lo que Jesús encomendó a sus apóstoles en la noche de la Cena: “Haced esto en conmemoración mía”.
Los nombres de la Eucaristía
Es de tal profundidad y belleza la eucaristía que en el transcurso de los tiempos a este misterio eucarístico se le ha llamado con varios nombres:
Fracción del pan, donde se parte, se reparte y se comparte el pan del cielo, como alimento de inmortalidad.
Santo Sacrificio de la Misa, donde Cristo se sacrifica y muere para salvarnos y darnos vida a nosotros.
Eucaristía, porque es la acción de gracias por antonomasia que ofrece Jesús a su Padre celestial, en nombre nuestro y de toda la Iglesia.
Celebración Eucarística, porque celebramos en comunidad esta acción divina.
La Santa Misa, porque la eucaristía acaba en envío, en misión, donde nos comprometemos a llevar a los demás esa salvación que hemos recibido.
Misterio Eucarístico, porque ante nuestros ojos se realiza el gran misterio de la fe.
Antes de empezar a hablar de este misterio hay que preguntarse el porqué de la eucaristía, por qué quiso Jesús instituir este sacramento admirable, por qué quiso quedarse entre nosotros, con nosotros, para nosotros, en nosotros; qué le movió a hacer este asombroso milagro al que no podemos ni debemos acostumbrarnos. ¡Oh, asombroso misterio de fe!
¿Por qué quiso Jesús hacer presente el sacrificio de la Cruz, como si no hubiera bastado para salvarnos ese Viernes Santo en que nos dio toda su sangre y nos consiguió todas las gracias necesarias para salvarnos?
La respuesta a esta pregunta sólo Jesús la sabe. Nosotros podemos solamente vislumbrar algunas intuiciones y atisbos.
Se quedó por amor excesivo a nosotros, diríamos por locura de amor. No quiso dejarnos solos, por eso se hizo nuestro compañero de camino. Nos vio con hambre espiritual, y Cristo se nos dio bajo la especie de pan que al tiempo que colma y calma, también abre el hambre de Dios, porque estimula el apetito para una vida nueva: la vida de Dios en nosotros. Nos vio tan desalentados, que quiso animarnos, como a Elías: “Levántate y come, porque todavía te queda mucho por caminar” (1 Re 19, 7).
(cont.)
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